Hablando de forma general podemos decir que la admiración hacia las abejas es unánime, lo único que echa un poco para atrás a algunas personas… es su formidable picadura: el que haya tenido una mala experiencia, alguna picadura con una reacción aparatosa en algún lugar delicado, la cabeza por ejemplo, puede querer mantenerse a buena distancia de ellas. Si alguien es realmente alérgico a su picadura, hará bien en mantenerse alejado porque puede sufrir un shock anafiláctico que, si no es tratado a tiempo, puede costarle la vida.
Pero solo un pequeño porcentaje de la población es alérgico y para los demás la picadura de las abejas puede ser un regalo. ¿Cómo que un regalo?… ¡con lo que duele! Duele unos minutos, luego puede ser molesto, pero puede aliviar o quitar a cambio otros dolores mucho más insoportables. Su valor terapéutico ya se conocía en muchas civilizaciones milenarias: en el antiguo Egipto, en Grecia y China – civilizaciones conocidas por el alto desarrollo de sus sistemas médicos – ya se practicaba la terapia del veneno de abeja. Hipócrates reconocía las virtudes de este veneno para tratar la artritis y otros problemas de las articulaciones y Carlomagno e Iván el Terrible, por ejemplo, fueron curados de gota con picaduras de abejas…
El interés moderno sobre esta terapia se retomó en occidente gracias al esfuerzo del médico austriaco Philip Terc, cuando publicó en 1888 el resultado de sus investigaciones «Informe sobre una Conexión Peculiar entre las Picaduras de Abejas y el Reumatismo». Terc inspiró a Bodog Beck (Budapest 1871 – New York 1942) que llevó la Apiterapia a los Estados Unidos. Desde entonces ha habido un largo camino que ha llevado a un gran interés en la actualidad por las propiedades del veneno de abeja (Apitoxina) para el tratamiento de diversas dolencias. Existen numerosos estudios pero mientras algunos países como Rumania, Cuba, Argentina o Chile destacan por sus programas de investigación y la práctica de la terapia está muy extendida, en muchos otros países no se ha aprobado aun su eficacia médica, aunque si puede existir como terapia alternativa de apoyo.
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Se han descrito al menos 18 componentes farmacológicamente activos, incluyendo varias encimas, péptidos y aminas, que pueden intervenir en las propiedades que se atribuyen a la Apitoxina. Estas son propiedades anti-inflamatorias, analgésicas e inmuno-moderadoras, y un efecto similar al de la cortisona.
Muchos terapeutas valoran también la capacidad que tiene el veneno para fluidificar la sangre, dilatar arterias y capilares y limpiar los vasos sanguíneos de posibles impurezas; lo cual es beneficioso para enfermedades que se producen o aprovechan de las toxinas acumuladas en el organismo.
El veneno de abeja se está usando en distintos países como terapia de apoyo de distintas enfermedades: esclerosis múltiple, artritis reumatoide, psoriasis, herpes zoster, inflamación de tendones (tendinitis), condiciones musculares como la fibromialgia, dolores de espalda diversos, disolución de tejido cicatrizal y un largo etcétera. Muchos médicos naturistas creen que los distintos ingredientes del veneno trabajan juntos para hacer que el cuerpo libere más compuestos curativos con los que poder defenderse.
La que aquí escribe, decidió seguir esta terapia hace diez años (así es como llegué al mundo de las abejas) con resultados muy positivos: mi dolencia eran ataques de ciática que llevaba sufriendo durante años y que nunca más he vuelto a tener y además encontré otro inesperado beneficio, me remitió una alergia primaveral que arrastraba desde la infancia. Para mi fue un honor curarme con la ayuda de un ser vivo, me enamoré de las abejas y acabé trabajando con ellas… pero bueno, esta es mi experiencia personal, nada más. Si alguien quiere saber más sobre esta terapia puede empezar por visitar estas páginas Curandote.com, American Apitherapy Society, Apitherapy.com.
En la Rusia rural las abejas eran llamadas las farmacéuticas aladas, un nombre que hace honor a estos prodigiosos seres que – hasta el veneno que tienen para defenderse – tiene propiedades curativas.
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